De nuevo, como todos los años, se habla de reformar la PSU. Y de nuevo, probablemente, no sucederá nada, por las razones (me parece) que procuraré explicar.
1. EL CURRICULO. Es ilusorio modificar la PSU si antes no se modifica el currículo —los antiguos “planes y programas”— de la enseñanza media, es decir, la determinación de las materias que deban abarcarse cada año y en cada ramo de ese nivel educativo. Uno de los principales, si no el principal objetivo de la PSU —se dijo, al instituirla— era medir los conocimientos del egresado de media. Ello la diferenciaría de la antigua PAA, a la cual sustituyó, que más bien se centraba en determinar la potencialidad del mismo egresado para seguir estudios superiores.
Una medición así, naturalmente, sólo puede referirse al currículo, es decir, a lo que el ex alumno de media ha debido aprender durante ésta.
El currículo fue modificado radicalmente por el ministerio del ramo mediante la nunca bien ponderada “reforma” de fines de los años ’90, y el Consejo Superior de Educación (como siempre) rubricó las modificaciones sin analizarlas con seriedad.
El centro de las modificaciones consistió en los “Contenidos Mínimos Obligatorios” (CMO) impuestos a cada ramo y año de la enseñanza media. Ellos inflaron monstruosamente el currículo, añadiéndole múltiples materias entera y hasta grotescamente prescindibles. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, con el sesgo lingüístico del antiguo “Castellano”, hoy “Lenguaje y Comunicación”, que implica para el alumno: a) estudiar somera e insuficientemente ortografía, gramática, sintaxis, redacción, literatura castellana... en fin, todo cuanto le sería útil para la vida práctica o para su desarrollo cultura y espiritual; y b) aprender en cambio una infinidad de perogrulladas, memorizando como papagayo —para olvidarlos al día siguiente del examen o de la PSU— los nombres solemnes con los cuales se las ha bautizado para conferirles dignidad... el “emisor”, el “receptor”, el “discurso”, el “código”, etc., cuando no el “cotexto, que no es el contexto, sino el contexto textual”, el “eje sintalagmático”, etc., etc.
Resultado: NO HAY TIEMPO DURANTE EL AÑO para pasar tanta materia. Así, en Historia y Ciencias Sociales, Segundo Medio, debe enseñarse desde la América y el Chile Prehispánicos hasta nuestro Siglo XX. Cuatro siglos y medio, sin contar el tiempo precolombino.
Naturalmente, estos Contenidos Mínimos OBLIGATORIOS no se cumplen. Los establecimientos municipales o particulares subvencionados los cubren en un 50%, hasta en un 75% con esfuerzo y suerte. Los particulares pagados se acercan al 100%, pero repartiendo a los alumnos unas minutas-resúmenes, para memorizar, que son una vergüenza intelectual.
La consecuencia de todo lo anterior es que los estudiantes de media, cuando menos los de establecimientos municipales o particulares subvencionados, NO PUEDEN PREPARAR LA PSU. Pues ésta debe versar sobre los CMO DE LOS CUATRO AÑOS DE MEDIA, pero dichos CMO no han podido ser cubiertos EN SU INTEGRIDAD, NI DE CERCA, durante esos años. Ni siquiera los alumnos de establecimientos de pago los han estudiado bien... es IMPOSIBLE estudiarlos bien. El Ministerio lo sabe pero, que yo sepa, no ha hecho ni hace nada para tener unos CMO razonables en cuanto materia y extensión, sobre los cuales los egresados de media rindan la PSU con la confianza, mínima, DE QUE SE LES PREGUNTE ALGO QUE HAYAN pasado.
2. LA LOTERIA. Los que año a año confeccionan la PSU, y consiguientemente deciden sus preguntas —el DEMRE de la Universidad de Chile—, deben resolver sobre cuál CMO versarán ellas.
No tienen ninguna seguridad de que los CMO que elijan hayan sido pasados en los años y cursos respectivos por TODOS los establecimientos de los cuales provengan quienes rindan la prueba (seguridad que tendrían si los CMO fueran adecuados en número y en el tiempo de clases necesario para cubrirlos).
Estos caballeros deciden soberanamente, a su leal saber y entender. O a la “tincada” de lo que se haya podido enseñar a los examinandos durante su vida escolar. O bien deciden según lo que ELLOS —los funcionarios del DEMRE o profesores contratados que elaboran las preguntas— consideran que es importante...
La PSU no se rinde, pues, sobre el currículo, sobre los CMO, sino sobre lo que a un grupo de funcionarios —competentes, es probable, pero anónimos— le parece adecuado, cada año. Es una lotería.
¿Es razonable que el ingreso a la enseñanza superior dependa de una lotería?
3. “LOS QUE SABEN”. Aparecen entonces unos hombres sabios, que pueden ANTICIPAR cuáles serán, aproximadamente a lo menos, las preguntas de la PSU del año que corre.
¿Cómo lo saben?
-Por un estudio predictivo, basado en pruebas anteriores.
-Por contactos, inocentes o no, con quienes proponen o resuelven las preguntas.
-Por ser ellos mismos quienes las proponen o resuelven. Esta posibilidad es extrema, y no digo que suceda... pero puede suceder. Todo sistema arbitrario, torcido, genera la posibilidad de corruptelas. Si no bastan al egresado de media, para afrontar con éxito su PSU, los estudios serios que haya hecho de CMO razonables, si necesita una “iluminación” adicional so pena de que corra peligro su puntaje y su ingreso a la carrera superior que ansía... ésa es la puerta de la corrupción. Se abrirá, si no hoy, mañana.
La jungla de quienes “anticipan” las preguntas de la PSU, se ha hecho de vegetación lujuriosa. “Preuniversitarios” colectivos, dentro y fuera de los establecimientos. Profesores individuales, algunas veces secretos, que a menudo poseen o dicen poseer sabidurías igualmente secretas. Manuales tan prácticos, tan “aterrizados” para rendir la prueba, como vacíos intelectualmente. Todo muy caro, hasta dos millones de pesos por un año de preuniversitario “top”. Pero... ¿no los valen? “Las formas literarias son veinte, pero estudien sólo estas dos o estas tres. Las demás, NO LAS VAN A PREGUNTAR”. Informaciones así... ¿no merecen recompensa?
4. LA BRECHA. Obviamente, sólo los estudiantes acomodados pueden pagar las “predicciones” anteriores.
Los pobres necesitan seguir adivinando sobre cuál CMO recaerán las preguntas de la PSU. Adivinación progresivamente más difícil, pues del 2003 en adelante, hasta el 2006, fueron AUMENTANDO, respecto del anterior, los CMO incluidos en la prueba. Hoy ésta los comprende a TODOS. De tal manera se ha ido ensanchando —en vez de disminuir, como se había asegurado— la “brecha” en los resultados de la PSU (y por ende en el acceso a la universidad), entre los que provienen de colegios pagados, y los que egresaron de la enseñanza gratuita. Una reciente investigación del Instituto Libertad y Desarrollo concluye efectivamente que:
-Un joven del sector municipal tuvo el 2007 menos (58%) posibilidades de superar los 450 puntos en la PSU, que el 2004 (60%), y un joven del sector pagado, más (94%, contra 90% el 2004). 450 fue el puntaje “de corte” establecido por el Consejo de Rectores para ingresar a las universidades.
-El año 2001, un joven del sector pagado contestaba correctamente, promedio, 15 preguntas de la PSU más que un muchacho del sector municipal; el año 2006, alrededor de 30... el doble que cinco años antes.
-Entre 2003 y 2005, el porcentaje de alumnos de la Universidad de Chile proveniente del sector municipal bajó de 32% a 25%.
La “brecha” tiene muchas causas —desde luego, la grosera insuficiencia de la subvención a la enseñanza gratuita—, pero sin duda la empeora que los pobres deban rendir, para entrar a la universidad, una prueba que de hecho favorece a los ricos.
5. ¿QUIEN MODIFICARA LA PSU? Puede pensarse en muchos organismos idóneos para estudiar, proponer y resolver los cambios recomendables, pero uno ciertamente no lo es: el Consejo de Rectores. Porque:
5.1. No es representativo. Cubre sólo a la mitad de los alumnos de la enseñanza superior.
5.2. No es independiente del Ministerio de Educación. Ya lo comprobó en el precipitado y defectuoso implantarse de la PSU, el 2003. No goza de esa independencia un organismo compuesto por universidades que reciben todas aportes fijos, y bastante cuantiosos, de dicha secretaría de Estado; algunas, sin ellos, cerrarían sus puertas.
Si de lo anterior faltaban pruebas, ya no es así, una vez publicado el “reconocimiento” del Consorcio de Universidades del Estado de Chile, a la labor de la Ministra de Educación (El Mercurio, 16 de Marzo). Sujeta ésta a un juicio político en la Cámara de Diputados, sea o no justificado (que es otro tema), la obsecuencia del Consorcio —sin otra excusa que dicho juicio, aunque no se mencione— es bastante sorpresiva, y por cierto no indica una espalda muy rígida ante el Ministerio.
5.3. Varias de las universidades del Consejo están comprometidas, en diversas formas, con el manejo de la actual PSU, y con negocios anexos, como preuniversitarios, manuales, etc. Ello compromete su objetividad.
5.4. El Consejo ha mantenido un inapropiado “secretismo” respecto a los datos fundantes (tests) de las evaluaciones internas de la PSU, efectuadas por el Comité Técnico Asesor del propio organismo, y cuya interpretación (no los datos) publicó el año 2006. Igualmente sobre la evaluación externa que de la prueba hizo, el año 2004, el ETS (Educational Testing Service), un ente internacional de prestigio. Incluso existe una demanda judicial de académicos, en orden a que se dé a conocer el documento del ETS. Si no hay trasparencia para evaluar la PSU... ¿cómo podría haberla en su modificación?
6.¿SE NECESITA LA PSU? Si ha de estudiarse su reforma, ¿por qué no hacer lo mismo respecto a si es necesaria y útil? Con la pujante y creciente multiplicación de ofertas en la enseñanza superior, ¿por qué no dejar a cada universidad, o a varias en conjunto, establecer sus propios sistemas para seleccionar alumnos? Ya la Universidad Católica estudia pruebas adicionales a la PSU, que de hecho significarían que el puntaje de esta última pueda ser anulado, como puerta de acceso al plantel, por los resultados de esas otras pruebas. ¿Por qué no ampliar la libertad al respecto?